Las tradiciones más antiguas de Oriente poseían una
concepción holística del ser humano y consideraban que los males del cuerpo
tenían una raíz más profunda. La enfermedad no era para ellos sino una
desarmonía energética de la persona. En suma, los antiguos parecían saber que
todo en el universo vibra.
Pitágoras afirmaba que "cada cuerpo celestial, cada
átomo, produce un sonido particular debido a su movimiento, ritmo o vibración.
Es más, todos esos sonidos o vibraciones componen una armonía universal en la
que cada elemento, sin perder su propia función y carácter, contribuye a la
totalidad", lo cual incluye al cuerpo humano. Cada célula y cada órgano de
nuestro cuerpo, por tanto, vibran continuamente a una determinada frecuencia. Y
así, cuando un órgano está sano su frecuencia vibratoria está en armonía con el
resto del cuerpo; pero si esa frecuencia se altera se rompe la armonía y
aparece lo que conocemos como enfermedad.
También sabemos hoy -por el principio de resonancia- que es
posible modificar estas frecuencias alteradas a través de la transmisión de
otras frecuencias. Y eso es lo que convierte al sonido en un proceso
terapéutico capaz de abrir la puerta al equilibrio físico, emocional, mental y
espiritual. Y es que merced al principio de resonancia, que el sonido de los
cuencos de cuarzo y los cuencos tibetanos (metálicos) ajusta la vibración de la
persona a la misma frecuencia emitida por el cuenco, es decir, terminan ambos
vibrando al mismo ritmo.
Pues bien, los cuencos de cuarzo emiten e inducen un modelo
de onda alfa que es el mismo que emite el cerebro en los estados meditativos y
de profunda calma. Y se ha podido comprobar que en esos estados hay un aumento
significativo de la producción de linfocitos T, responsables del sistema
inmunitario.
También sabemos hoy que es posible modificar -por el
principio de resonancia- estas frecuencias alteradas a través de la transmisión
de otras frecuencias. Y eso es lo que convierte al sonido en un proceso
terapéutico capaz de abrir la puerta al equilibrio físico, emocional, mental y
espiritual. Y es que merced al principio de resonancia, que el sonido de los
cuencos de cuarzo ajusta la vibración de la persona a la misma frecuencia
emitida del mineral; es decir, terminan ambos vibrando al mismo ritmo.
El sonido de los cuencos de cuarzo y de los cuencos
tibetanos, afecta de manera global al individuo. Primero equilibra su cuerpo
energético y los chakras (centros de energía) y luego limpia el campo áurico.
Además, la vibración repercute en la columna que actúa como vehículo de
resonancia y se extiende a través del sistema nervioso a nuestras células,
tejidos y órganos. Esa es la razón de que la vibración producida por los
cuencos tenga la capacidad de disolver bloqueos en el cuerpo físico y sutil así
como de que se utilice en casos de contracturas musculares, roturas y otros
problemas óseos. La vibración de los cuencos resuena y armoniza la estructura
cristalina presente también en nuestro esqueleto.
Asimismo, tiene efectos positivos en casos de artrosis,
problemas circulatorios, piedras en el riñón, depresiones, problemas neuronales
y otras múltiples dolencias. Sin olvidar que cargan y potencian con su
vibración esencias florales y aceites esenciales y que se utilizan en la
limpieza de espacios físicos.
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